92- El día que nos comimos a los niños | COLOMBIA
Y mientras esperábamos una nueva fecha de partida del barco de carga que nos llevaría a Panamá, y pensábamos si valdría la pena volver a recorrer asfalto ya marcado, y descartábamos la idea por obvia, y atravesábamos un nuevo desierto de arbustos espinosos y pueblos sencillos repetidos una y otra vez hasta que los números del tablero se acercaron al millón de kilómetros, llegamos a Valledupar, a los pies de la Sierra Nevada de Santa Marta. ¿Y qué hay en Valledupar?
No sé, lo más cercano sería responder esperanza, esperanza de algo. La gente nos interrumpía mientras contábamos retazos del viaje como carniceros que ofrecen los mejores cortes de una hermosa vaca descuartizada. Algunas historias terminaban, pero muchas quedaban inconclusas. Había algo más importante, preguntas con respuestas obligadas, orgullo de provincias hurgando en la opinión de dos extranjeros, ¿Qué les parece Valledupar?
– Hermosa, pero hace demasiado calor, ¿no te parece? -¿qué vas a decir?
En Valledupar hay una orilla larga junto al río Guatapurí donde las familias se encuentran para beber cerveza los sábados y los domingos, un centro despintado y bullicioso, un parque con juegos hechos con materiales reciclados bautizado Escuela Ambiental del César, un grupo grande de amerindios arhuacos que pasean por el pueblo-ciudad en sus ropas tradicionales, una fábrica grande de leche en polvo Nestlé y hasta un centro comercial con un gran hipermercado Carrefour recién inaugurado donde contar historias. El Guatapurí.
Donde apareció la mujer gorda que quería montar hipopótamos, y el freak de turno que se proclama Napoleón, y los taxistas aburridos que esperan al próximo cliente cargado de bolsas de plástico, y los chicos que escuchan algo que nunca les habían dicho y se rascan los bolsillos para comprar una postal compartida, y las periodistas de la televisión que te prometen la entrevista en un cd y siempre te mienten, y el abuelo que vuelve con los nietos, y las familias atraídas por el imán de la curiosidad y otra vez la misma pregunta, siempre la misma, repetida incansablemente a lo largo de Sudamérica con distintos acentos, una pregunta más importante que los porqués, más importante que el sentido de la vida: ¿no tienen hijos?
Entonces Anna se descuelga con una novedad sorprendente. Los gringos son gente rara.
– ¿Conoce el dicho que afirma que a los hijos te los comerías cuando son chiquitos y cuando son grandes te arrepientes de no habértelos comido? Bueno, nosotros no queríamos arrepentirnos. Nosotros nos los comimos, hicimos un asado.
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El Libro de la Independencia. ISBN 978-84-616-9037-4
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Pablo Rey (Buenos Aires) y Anna Callau (Barcelona) viajan por el mundo desde el año 2000 en una furgoneta Mitsubishi Delica L300 4×4 llamada La Cucaracha. En estos años veinte años de movimiento constante consiguieron un máster en el arte de sobrevivir y resolver problemas (policías corruptos y roturas de motor en el Sáhara, por ejemplo) en lugares lejanos.
Durante tres años recorrieron Oriente Próximo y África, de El Cairo a Ciudad del Cabo; estuvieron 7 años por toda Sudamérica y otros 7 años explorando casi cada rincón de América Central y Norteamérica. En el camino cruzaron el Océano Atlántico Sur en un barco de pesca, descendieron un río del Amazonas en una balsa de troncos y caminaron entre leones y elefantes armados con un cuchillo suizo.
En los últimos años comenzaron a viajar a pie (Pirineos entre el Mediterráneo y el Océano Atlántico, 2 meses) y en motocicleta (Asia) con el menor equipaje posible. Participan en ferias del libro y de viaje de todo el mundo, y dan charlas y conferencias en escuelas, universidades, museos y centros culturales. Pablo ha escrito tres libros en castellano (uno ya se consigue en inglés) y muchas historias para revistas de viaje y todo terreno como Overland Journal (Estados Unidos) y Lonely Planet (España).
¿Cuándo terminará el viaje? El viaje no termina, el viaje es la vida.
ja,ja, que buena ocurrencia la de Anna,
otra: si és nen, poseu-li Mateu, si és nena Mateu-la
desgraciadamente, una afirmación que en muchos sitios realmente tiene ese valor…
salut i força
hola anna i pablo, soy colombiano y sigo tu blog desde hace tiempo, exista la creencia en mucho de estos paises que tener hijos es algo fundamental en vida, ya me lo decia mi abuela, que yo habia perdido la venida al mundo (por el hecho de no tener hijos) muy buena la ocurrencia de comerse los niños, y muy buena la descirpción ya sin tantos prejuicios de tanto andar y andar de un este par ciudadanos del mundo acerca de mi pais, una abraçada des-de Amposta delta de l’Ebro
hola muchachos saludos……….
bien bien… ya falta poco para la partida en barco………….
es hoy dia 16 espero que todo este super……….
soy del Peru…. y estuve hablando con ustedes en Lima cuando estuvieron
con su superpoderosa combi en el parque de la muralla a orillas del rio rimac……
un saludo de mis dos hijos Victor y Massiel….y de mi esposa carmen……
muchja suerte…….
Mira que llegas a ser salvaje, Anna: ¡comerte a los niños! Me hubiera gustado ver la cara de tus interlocutores.
Saludos
Elena