192- El movimiento de las placas tectónicas lleva a ESTADOS UNIDOS cada vez más al oeste.
Geográfica y culturalmente, Estados Unidos es tan occidente como México, Argentina, Perú o España. Pero hay una diferencia básica, de raíz: aquí son anglos, son más racionales, menos emocionales. Digamos, distintos.
Quizás sean los terremotos que afectan a la corteza terrestre, o la deriva de las placas tectónicas, o el exceso de peso de millones de gordos reunidos en la costa oeste. No estoy seguro. Nunca estoy seguro de nada. Pero a veces tengo la sensación que una buena parte de los norteamericanos son más occidentales que nosotros, que también somos occidentales.
Quizás su deriva particular los lleva tan lejos que comienzan a ser un poco japoneses, un poco chinos.
No cabe duda, Estados Unidos es uno de los ejes fundamentales de la cultura occidental. Nadie lo discute. Nos guste o no nos guste, el poder de su industria cinematográfica, de la información y del entretenimiento nos ha moldeado a todos. Es una colonización cerebral imperceptible pero constante.
Desde la ruta la vida en el gran país del norte parece una sucesión de centros comerciales color pastel fabricados por la misma máquina. Todo es igual, todo es bonito y casi siempre está libre de las manadas de ovejas salvajes arreadas por el viento en las ciudades del sur: los plásticos, papeles y bolsas blancas permanecen atados en los tachos de basura.
Incluso la naturaleza parece ultracivilizada: como nunca te cruzas con cagarros de perro en las aceras siempre queda la duda de si los buenos animalitos son tan desarrollados que aprendieron a hacer caca donde corresponde.
Hablando en serio, en Estados Unidos todo se ve tan ordenado que hasta el campo más trivial se convierte en un paisaje fotogénico con sus caminos, cercas y ejércitos de árboles en perfecta formación productiva. La gran mayoría de la gente vive en casas que en promedio se parece a lo que enseñan las series de Hollywood. Su jardincito cuidado, los dos coches generalmente limpios y las playas libres de botellas, colillas de cigarrillos y chapas de cerveza.
Todo parece lo suficientemente controlado para permanecer pulcro. Y eso es bueno. Pero al mismo tiempo da la sensación que alguien, Washington, Lincoln o Burger King, ha marcado el camino para que todo sea previsible y controlado.
Casi todos siguen las normas comunes al pie de la letra. Todos se disculpan aunque no te toquen si pasan a dos centímetros de tu cuerpo, excuse me, todos manejan despacio y todos se detienen en los stops. Y si no lo hacen, son latinos.
O negros. O rebeldes de California. Seguro.
Los anglos no tocan la bocina con impaciencia cuando alguien se duerme en un semáforo verde. Sacan una revista y leen. Los anglos esperan cuando las abuelitas cruzan la calle lentamente. No se impacientan ni las atropellan.
Da la sensación que todos respetan todo y eso está bien. Por un rato me gusta. Se viaja mucho más tranquilo que cuando estábamos unos miles de kilómetros al sur.
¿Puede que todos respeten todo porque cualquiera puede llevar un arma en la guantera? No lo sé.
Mi problema es que a veces esta parte del mundo se ve tan limpia, fría y organizada que por momentos tengo la sensación de haber entrado en una sociedad autómata, robotizada. Ciudades de casas similares donde el objetivo común parece ser tener más, consumir más. Donde es difícil encontrar gente que se salga del camino común.
Un país con una sociedad tan occidental que a veces parece una mezcla rara entre China y Japón. Sí, algo entre la obediencia maoísta a la apariencia de las normas de la China rural y el desarrollo del Japón tecnificado.
No me imagino una revolución en Estados Unidos.
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El Libro de la Independencia. ISBN 978-84-616-9037-4
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Pablo Rey (Buenos Aires) y Anna Callau (Barcelona) viajan por el mundo desde el año 2000 en una furgoneta Mitsubishi Delica L300 4×4 llamada La Cucaracha. En estos años veinte años de movimiento constante consiguieron un máster en el arte de sobrevivir y resolver problemas (policías corruptos y roturas de motor en el Sáhara, por ejemplo) en lugares lejanos.
Durante tres años recorrieron Oriente Próximo y África, de El Cairo a Ciudad del Cabo; estuvieron 7 años por toda Sudamérica y otros 7 años explorando casi cada rincón de América Central y Norteamérica. En el camino cruzaron el Océano Atlántico Sur en un barco de pesca, descendieron un río del Amazonas en una balsa de troncos y caminaron entre leones y elefantes armados con un cuchillo suizo.
En los últimos años comenzaron a viajar a pie (Pirineos entre el Mediterráneo y el Océano Atlántico, 2 meses) y en motocicleta (Asia) con el menor equipaje posible. Participan en ferias del libro y de viaje de todo el mundo, y dan charlas y conferencias en escuelas, universidades, museos y centros culturales. Pablo ha escrito tres libros en castellano (uno ya se consigue en inglés) y muchas historias para revistas de viaje y todo terreno como Overland Journal (Estados Unidos) y Lonely Planet (España).
¿Cuándo terminará el viaje? El viaje no termina, el viaje es la vida.
Qué bonito es ver las cosas desde primera línea, desde primera piel, sentirlas, estar ahí… y ver que no es uno el que se mueve a la postre, sino que es, en realidad, el mundo de alrededor el que se está desplazando, apartando a un lado ante el paso de los ‘héroes’. Qué sensaciones.
Saludos y Ánimos desde Calafell, España