100- Perreando con la policía antidrogas colombiana | VIAJES EN BARCO

(Viene de De Colombia a Panamá en un buque de carga de bandera boliviana)

La ruta Panamericana, que une Ushuaia en Tierra del Fuego y Prudhoe Bay en Alaska, a 16.000 kilómetros en línea recta a través de catorce países, está cortada casi en el centro del camino. La selva del Darién, frondosa y olvidada, es el gap, el puente ausente que incomunica no sólo Colombia y Panamá. Siempre faltaron esos cien, esos doscientos kilómetros de asfalto rugoso que terminaran de enlazar los extremos del supercontinente.  O sea, las Américas nunca estuvieron completamente unidas.

El problema siempre fue el ombligo. La parte más estrecha es también el filtro que decide quién sigue adelante: aquí ya no hay lugar para medias tintas, sólo los convencidos pueden seguir su viaje y cruzar hacia México o las tierras heladas del norte. Hacia los glaciares que se derrumban permanentemente en el sur.

Nosotros, habíamos conseguido subirnos a un buque de carga colombiano de bandera boliviana, el Intrepide, con viajes regulares entre la Guajira y Colón, en Panamá. Fueron tres días de navegación sobre un plato de sopa caliente y espesa a un promedio de siete nudos por hora. Era lo que queríamos, lo que habíamos deseado durante los últimos seis años de vagabundeo perdido por Sudamérica: cruzar en un barco de carga, formar parte durante unos días de otra tribu, de otra familia casual de supervivientes del mar, nativos del único país que no existe, el océano.

El Plan B había funcionado, la grúa del Intrepide había levantado la furgo como una madre a su niña pequeña. Sufrimos, claro, pero apreciamos el amor. Las sogas anudadas a cada extremo de los ejes la habían acunado durante treinta segundos espantosos, cuarenta segundos larguísimos, un minuto horripilante. Pero habían aguantado y la habían depositado suavemente sobre los tablones de la cubierta. El zarpe se demoró algunas horas más hasta que el viento del este amainó y desapareció la alternativa indeseable: encallar en la costa.

Y cuando comenzó, el viaje comenzó extraño.

La visita de la policía antidrogas es una rutina más, Colombia se esfuerza en evitar el narcotráfico, su gran negocio del siglo veinte. Con el buque anclado fuera del puerto, se acercan en una lancha rápida que atan a estribor del Intrepide. Y cinco hombres blindados con chalecos antibalas y armados con fusiles largos (¿Uzi? ¿AK?) saltan a bordo saludando a la tripulación. Con ellos traen un perro labrador color marrón claro, la nariz.

Mientras cuatro policías revisan el buque, uno se mantiene en cubierta vigilando que la tripulación no se entretenga dando vueltas por el barco. Es un momento delicado. Entonces el solitario pregunta por la furgoneta, el viaje. Por nosotros, los dos extranjeros a bordo. Por los sueños, por los motivos, por antes y por después, por los miedos y las dudas. A pesar de los dientes afilados, algunos policías también pueden ser humanos.

Y tan de carne y güeso, que éste comienza a explicarnos su sueño, ser cantante. Que en unos meses entrará en un estudio de grabación para grabar unas maquetas que pagará con sus ahorros. Que ojalá, por qué no, y si…

Y empujado por dos extranjeros y una tribu de marineros, comienza a demostrarlo

Este es el baile, el baile del jabo-ón

que a las mujeres les causa sensacio-ón

están en el baño con una pasio-ón

por todo el cuerpo sobando el jabo-ón

dejando un aroma y que rica locio-ón

yo quisiera ser ese jabón.

Vestido de azul oscuro, blindado, y con su fusil largo (¿Uzi? ¿AK?) colgando junto a una mano que sigue el ritmo, nos entretiene con cinco canciones que va a grabar en un cd. Perdón, la palabra no es entretener, en realidad la palabra es compartir.

–          ¡Eso no es cantar! ¡Eso es perrear! –exclama Basilio, el marino más deslenguado del Intrepide.

Y choca, sin duda choca tener un policía que en cualquier momento puede llevarte preso, dando un concierto espontáneo, rapeando, perreando durante una inspección antidrogas.

Pero es genial. Es brutal. No sólo pasas el rato relajado y sorprendido, sin pensar que están abriendo tu bolso sino que te quedas con un feeling profundo de buena onda. Ojalá la Guardia Civil, los Mossos d’Esquadra o la Policía Federal Argentina tuvieran esa costumbre.

Imagina cuatro policías inspeccionando tu coche en busca de drogas y, mientras tanto, para que no te aburras, hay uno cantándote una rumba catalana, un chotis, un cantecito jondo o una cumbia villera…

Cuando terminan de inspeccionar el barco y piden que abramos la furgoneta, Anna comienza a improvisar bajito, en mi oído…

Yo soy del DAS, yo soy del DIAN

tu pasaporte vengo a buscar

abrí tu bolso, abrí tu van

los antidrogas te la meterán

perrea perrea…

(Continuará…) 

Encuentra todas las fotografías de este ‘crucero’ por el Caribe en De Colombia a Panamá en un buque de carga de bandera boliviana

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Pablo Rey (Buenos Aires) y Anna Callau (Barcelona) viajan por el mundo desde el año 2000 en una furgoneta Mitsubishi Delica L300 4×4 llamada La Cucaracha. En estos años veinte años de movimiento constante consiguieron un máster en el arte de sobrevivir y resolver problemas (policías corruptos y roturas de motor en el Sáhara, por ejemplo) en lugares lejanos.

Durante tres años recorrieron Oriente Próximo y África, de El Cairo a Ciudad del Cabo; estuvieron 7 años por toda Sudamérica y otros 7 años explorando casi cada rincón de América Central y Norteamérica. En el camino cruzaron el Océano Atlántico Sur en un barco de pesca, descendieron un río del Amazonas en una balsa de troncos y caminaron entre leones y elefantes armados con un cuchillo suizo.

En los últimos años comenzaron a viajar a pie (Pirineos entre el Mediterráneo y el Océano Atlántico, 2 meses) y en motocicleta (Asia) con el menor equipaje posible. Participan en ferias del libro y de viaje de todo el mundo, y dan charlas y conferencias en escuelas, universidades, museos y centros culturales. Pablo ha escrito tres libros en castellano (uno ya se consigue en inglés) y muchas historias para revistas de viaje y todo terreno como Overland Journal (Estados Unidos) y Lonely Planet (España).

¿Cuándo terminará el viaje? El viaje no termina, el viaje es la vida.

2 thoughts on “100- Perreando con la policía antidrogas colombiana | VIAJES EN BARCO

  1. Hola chicos!!no sé si os acordaréis de mi, porque con tanta gente que debéis conocer…pero nos vimos en casa de Ángel, en Panamá, justo el día de mi llegada y me causó gran curiosidad vuestra aventura, vuestro modo tan diferente de vivir que dije que miraría el blog y lo he hecho, jaja, además tenía que volver a ver la furgo amarrá con cuatro cuerdas subiendo al barco, jajaja. Solo quería saludaros y deciros que os seguiré y os escribiré de vez en cuando.
    Espero que todo os vaya muy pero que muy bien y que el plan B os siga funcionando, jajaja.
    Un beso enorme y a cuidarse

  2. asi son nuestros soldados y policias quienes todos los dias arriesgan su vida en la lucha contra las drogas diridas y organizadas por el grupo narcoterrorista de las farc, que bueno que ustedes que son extranjeros se lleven una idea clara sobre lo que es colombia y sus autoridades, ya que en europa en ciertos paises se piensa que el gobierno es el malo y los terroristas de las farc son las pobres victimas, colombia no es un pais pobre, es un pais muy rico que gasta la mayoria de sus recurson en gasto militar para poder tener a sus ciudadanos a salvo de esos narcoterroristas asesinos, gracias por pasar por esta bella tierra, ahh y los fusiles largos son galil de siseño isrreli y fabricados en colombia, no son ni ak ni uzi.

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