295- Por las Rutas del MÉXICO Narco | OVERLAND JOURNAL

Por la rutas del México Narco. ©Pablo Rey. Publicado en su versión en inglés en la revista Overland Journal, Gear Guide 2015.

Hacía tiempo que no nos perdíamos. En realidad, sabíamos dónde estábamos, pero podíamos perdernos. Y nunca más nos volverían a encontrar.

El oficial de migración mexicano había sido tan claro como el agente de aduanas y el vendedor callejero de tacos de tripa. Los tres repitieron la misma frase, el mismo consejo, con la misma expresión severa en el rostro: No conduzcan de noche. Dejábamos Estados Unidos por la frontera de Caléxico/Mexicali y, en lugar de sentirme intranquilo por entrar a un país donde el narcotráfico provoca unos diez mil muertos al año, me entretenía pensando en que los nombres eran el resultado de un bonito juego de palabras. Caléxico venía de California-México y Mexicali de México-California.

¿Debía preocuparme? En realidad, no conduzcan de noche era una frase incompleta. Allí faltaba la aclaración que nos hizo una amiga en el patio de su casa en San Luis Río Colorado, al atardecer, entre tortillas de maíz, carne mechada, cebolla pasada por la sartén, chile jalapeño y mucha cerveza Tecate.

“Por la noche hay controles civiles. Hombres armados que detienen el tráfico en la carretera para pedir la documentación y revisar los vehículos.”

“¿Narcos?” sugerí sin recordar que esa palabra no se pronuncia en el norte de México.

Llevábamos 21 meses viajando por la seguridad del mundo anglo norteamericano y cruzar la frontera era volver a Latinoamérica, un mundo distinto, más imperfecto y espontáneo. Tenía ganas de cambiar el olor a hamburguesa y pollo frito por el olor ligeramente salado de las tripas envueltas en tortillas. Quería pasear por mercados de frutas y verduras que escandalizaran a las autoridades sanitarias al norte del Río Grande, hablar en mi idioma, escuchar unas rancheras y acampar en la playa. Quería volver a lugares donde no todo fuera predecible.

Era fines de 2012 y nuestro objetivo, además de llegar a Yucatán para el improbable fin del mundo tras el Año Nuevo Maya, era descubrir si el desierto de Sonora era tan hermoso como el desierto de Baja California. Sabíamos que en la ruta habría controles militares y policiales que querrían saber qué hacíamos allí y hacia dónde nos dirigíamos. Quizás querrían revisar la furgoneta, ver qué escondíamos en la cacerola, entre los cepillos de dientes y los libros que vamos vendiendo por el camino. Había que aceptarlo con paciencia y dar respuestas cortas, directas y cordiales. El único riesgo de estos controles civiles o militares estaba en los extremos, en el tedio o la tensión. No hay nada más peligroso que encontrarte en medio de la nada con un grupo de militares o narcos aburridos o nerviosos.

Pero al final del segundo día ya habíamos recorrido los primeros 600 kilómetros y, sorprendentemente, no habíamos encontrado un solo control. La policía se había vuelto tan invisible como en Estados Unidos. Los ‘mañosos’, los tipos malos, nos ignoraban. ¿Dónde estaba la guerra que anunciaban los medios de comunicación y que contaminaba nuestro estado de ánimo?

Supongo que por eso, y porque todavía teníamos un par de horas de luz, decidimos cambiar de planes. Tomar un desvío para llegar a Puerto Libertad y buscar una palapa con techo de paja para despertar en la playa era una tentación demasiado apetecible. Solo faltaba preguntar en la gasolinera Pemex si la ruta era segura.

“El camino es de tierra, mejor sigan por el asfalto hasta El Desemboque y luego toman la carretera de la costa. A la gente de los pueblos que están en el camino a Puerto Libertad no les gustan los vehículos extraños. Allí tienen sus sembradíos y dentro de poco será de noche. Mejor vaya a El Desemboque.”

No pregunté más. Ya sabía que lo que allí sembraban no eran tomates ni maíz. Tomamos el camino largo y aceleramos, mientras el sol empieza a bajar.

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Si se pudiera desmembrar la tierra como un cuerpo –brazos, piernas, cabeza, pies, cadera– estábamos en el mismo corazón del territorio controlado por una de las bandas de narcotraficantes mejor organizadas del mundo.

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EL RETORNO A LOS MALOS CAMINOS

Si se pudiera desmembrar la tierra como un cuerpo –brazos, piernas, cabeza, pies, cadera– estábamos en el mismo corazón del territorio controlado por una de las bandas de narcotraficantes mejor organizadas del mundo. Y, más allá del comentario ocasional, no lo habíamos notado. La región dominada por el Cártel de Sinaloa parece funcionar con normalidad dentro del conjunto de México. Para nosotros, extranjeros, nada indica que estamos en una región peligrosa, tomada por un poder paralelo. Sin aduana oficial ni migración, con su propio ejército que viste de civil y una justicia que siempre salda sus cuentas.

Podía ser interesante descubrir tras una curva que la ruta había sido cortada por un control civil, un grupo de hombres con muchas armas manifestándose en contra de la curiosidad. Era posible, nos lo habían advertido. También era una buena historia si sobrevivíamos para contarlo. Por eso, a medida que el sol empezó a acercarse peligrosamente al horizonte, pisé el acelerador un poco más, abandonando la rutina de los 90 kilómetros por hora. En realidad pisé el acelerador casi hasta el fondo. Quería llegar a El Desemboque antes que la noche nos encontrara en la ruta y escondiera los detalles.

Los 105 kilómetros de asfalto irregular y sin arcén, delgados, comenzaron a estirarse como un chicle usado. La ruta es recta, escuálida y ondulada cuando el cauce de un arroyo seco crea un badén que hace trabajar a los amortiguadores. Solo en ese momento bajo de los 120 kilómetros por hora, 40 más de los permitidos por los carteles de velocidad máxima agujereados a tiros.

A ambos lados de la carretera el paisaje se mantiene imperturbable, seco, áspero. A la izquierda, los montes de piedra roja se levantan sobre un desierto de arbustos espinosos. Es la primera barrera hacia los valles cultivados, una definición bastante imprecisa que puede incluir cualquier cosa capaz de crecer en la tierra –maíz, cáñamo, tomates, nopal, amapola, algunos árboles frutales. Hace tiempo que los narcos se convirtieron en inversores en tierras lejanas, agrestes y escondidas.

Quienes se encargan de las plantaciones son los agricultores más pobres, los olvidados por la economía y la política, hombres y mujeres casi siempre de bajos recursos y menos educación formal que ven cómo una cosecha de amapola o cáñamo da lo mismo que varios años de maíz. Los químicos suelen llegar escondidos en el doble fondo de camionetas con motores de ocho cilindros, mejores que cualquier caballo soñado por Pancho Villa. El producto terminado, paquetes de polvo blanco o fardos verdes prensados, atraviesa el paisaje escondido tras la mercadería de camiones de antecedentes intachables o en avionetas que vuelan al ras de la tierra. Avionetas que apenas se elevan para esquivar los cables telefónicos.

El sol continúa descendiendo mientras acelero, todavía no sabemos dónde vamos a dormir ésta noche. Tomar este camino es una forma de retornar a la ruta más incierta, sobre todo porque no puedo imaginar cómo es El Desemboque, nuestro destino. No vi una foto del pueblo frente al mar, nadie dijo ‘bonito’, ‘feo’, ‘sucio’, ‘vacío’, ‘peligroso’, ‘tranquilo’, nadie le puso un adjetivo. México es un país demasiado grande y El Desemboque es demasiado pequeño como para aparecer en la guía que Anna revisa sobre la marcha.

Movernos por el impulso básico de avanzar, sin saber lo que encontraremos al final del camino, es el viaje más puro. Hay que romper los planes y dejar un espacio libre a la espontaneidad, a la sorpresa. Tirar los dados, que el caos encuentre un orden, y caer de pie, otra vez, como un gato viejo que ya perdió la cuenta de las veces que salvó su vida. No podemos dormir a un lado de la ruta, no debemos tomar cualquier camino de tierra para acampar en lugares sin nombre o con nombres que es mejor no conocer. “Algo encontraremos” susurro convencido en uno de mis mantras preferidos, invocando a la magia de las coincidencias. Sincronicidad, es la palabra que inventamos para darle nombre a esas casualidades que ocurren sin que puedas explicarlas.

Dos luces blancas aparecen en el espejo retrovisor. Son intensas, puras como una aparición religiosa, y avanzan a toda velocidad hacia nosotros. Intento acelerar un poco más, la furgo alcanza los 135 kilómetros por hora y el volante comienza a vibrar. No es el suelo irregular, es el límite antes de que la carrocería comience a desarmarse, a dejar trozos de viaje a lo largo de la carretera. Las luces continúan acercándose. Alguien con más temor, o más prisa, o más motor, nos adelanta dejando una estela plateada. Entonces aparece la sombra de un techo oscuro y triangular, recortado contra el cielo rojo del atardecer. Un cartel verde plantado junto a la ruta anuncia ‘El Desemboque’. El sol acaba de desaparecer, la noche se derrumba y el asfalto es reemplazado por una calle de tierra. Ahora tenemos que encontrar dónde dormir.

SINCRONICIDAD

Con la oscuridad, El Desemboque se convierte en un pueblo habitado por fantasmas. Las calles de tierra agujereada están iluminadas por las luces de las casas. Los enjambres de sombras se giran al escuchar el ronroneo del motor. Un grupo de hombres bebe frente a la puerta de un almacén con un gran cartel de Tecate. Sus rostros enseñan una mueca extrañada, curiosa o sorprendida.

Frente a la mayoría de las puertas hay botes de unos diez metros de eslora pintados de blanco. La popa está vacía, los motores duermen en casa. La calle toma un desvío hacia la izquierda, luego gira hacia la derecha y sigue junto a la línea de construcciones viejas levantadas frente a la playa. En algún sitio está el lugar donde dormiremos esta noche, donde nadie nos espera.

Casi al final del pueblo, después de un desvío confuso marcado por un penetrante aroma a perro muerto, aparece un patio iluminado frente al mar. Una bombilla amarilla cuelga sobre la cabeza de dos hombres sentados, que comen con las manos algo que sacan de una cacerola. Dejo el motor en marcha y desciendo. Cuando estoy cerca, saludo.

Sus primeras palabras me ofrecen comida, alguno de los cangrejos recién cocinados en la olla. Luego me preguntan si soy de Texas. Cuando les explico que venimos del sur y buscamos un lugar donde dormir me ofrecen una cerveza. Al segundo trago me dicen que aparque en el patio, que podemos dormir allí, y que me siente en su mesa.

¿Qué pasó con el México peligroso que aparece en los medios de comunicación? ¿Dónde estaban los narcos con sus cadáveres colgando de los puentes? ¿Y la guerra permanente entre bandas? Yo no la vi, pero estaba allí. No porque lo digan los periódicos sino porque la misma gente me lo contaba. En verdad, ellos eran quienes finalmente sufrían esta guerra no declarada, los propios mexicanos,

Tras un año recorriendo México de punta a punta, aprendimos que solo hay que tener cuidado con los delincuentes comunes, como en cualquier lugar del mundo. Los narcos no se meten con los extranjeros. Ellos tienen otro negocio, algo más importante y que da mucho más dinero que el turismo.

Esa noche cenamos cangrejos y cervezas con nuestros nuevos amigos. Al día siguiente les acompañaría a recoger las redes repletas de caracoles en el Mar de Cortés y aprendería a pelar lenguado imitando los movimientos precisos de su cuchillo. Daba igual si estábamos en el DF, en Michoacán, Cancún, Monterrey o Sinaloa, en la costa del Océano Pacífico o en la costa del Océano Atlántico, en territorio narco o en un temascal en las montañas. México es grande, y volvía a recibirnos con los brazos abiertos.

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¿Cuándo terminará el viaje? El viaje no termina. El viaje es la vida.

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Pablo Rey (Buenos Aires) y Anna Callau (Barcelona) viajan por el mundo desde el año 2000 en una furgoneta Mitsubishi Delica L300 4×4 llamada La Cucaracha. En estos años veinte años de movimiento constante consiguieron un máster en el arte de sobrevivir y resolver problemas (policías corruptos y roturas de motor en el Sáhara, por ejemplo) en lugares lejanos.

Durante tres años recorrieron Oriente Próximo y África, de El Cairo a Ciudad del Cabo; estuvieron 7 años por toda Sudamérica y otros 7 años explorando casi cada rincón de América Central y Norteamérica. En el camino cruzaron el Océano Atlántico Sur en un barco de pesca, descendieron un río del Amazonas en una balsa de troncos y caminaron entre leones y elefantes armados con un cuchillo suizo.

En los últimos años comenzaron a viajar a pie (Pirineos entre el Mediterráneo y el Océano Atlántico, 2 meses) y en motocicleta (Asia) con el menor equipaje posible. Participan en ferias del libro y de viaje de todo el mundo, y dan charlas y conferencias en escuelas, universidades, museos y centros culturales. Pablo ha escrito tres libros en castellano (uno ya se consigue en inglés) y muchas historias para revistas de viaje y todo terreno como Overland Journal (Estados Unidos) y Lonely Planet (España).

¿Cuándo terminará el viaje? El viaje no termina, el viaje es la vida.

8 thoughts on “295- Por las Rutas del MÉXICO Narco | OVERLAND JOURNAL

  1. SUGERENCIA: DEBERIAS DEJAR UN POCO EL CHAUVINISMO A LA HORA DE TITULAR O REDACTAR TUS ARTICULOS. Y DISCULPA PERO ES QUE ESO DE ENCASILLAR TANTO LOS PAISES EN TERMINOS UN POCO PEYORATIVOS A MI NO ME PARECE MUY CORRECTO. ES COMO SI YO VIAJASE A ESPAÑA Y TITULARA: “ESPAÑA LA TIERRA DE LOS GILIPOLLAS TOREROS” O “ESPAÑA LA MONARQUIA ETERNA” JAJAJJA.. DE LO DEMAS EXCELENTE TU TRABAJO TUS VIAJES Y ARTICULOS DEMAS ESTA FELICITARLOS ES MARAVILLOSO LO QUE HACEN… Y DE NUEVO DISCULPA PERO CONSIDERO VALIDA LA SUGERENCIA

  2. TOTALMENTE DE ACUERDO CON LUIS… ES UN TANTO PEYORATIVO. CREO A VECES QUE UN TITULO ASI DA MUY BUEN MARGEN DE VENTAS. LOS VIAJEROS DEBEN SER MÀS CONSIENCIETES A LA MANERA DE EXPRESARSE DE LOS PAISES QUE PISAN.

    1. Cerrar los ojos no hace desaparecer el problema del narco en México. Podía poner un título que dijera: ’emociones en las rutas de México’, pero no estaría aclarando el tema.
      Y la verdad es que nosotros no somos objetivos del narco. Son ustedes, los mexicanos, los que lo sufren y cuentan los muertos. A nosotros no nos joden. Si le hacen algo a un extranjero llaman la atención de la prensa. Hay que hablar amigos, y llamar a las cosas por su nombre.
      Buenas rutas.

  3. no te confies porque puede ser contra producente. lo mismo da que sea un mexicano o que un extrajero, (porque a la hora de lo enfrentamientos entre narcos la matanza es parejo, no preguntan nacionalidads para mataral. han matado extranjeros tambien pero el gobierno lo calla). al no ser que quieras formar parte de una estadistica y, por favor no ignores el consejo del pueblo que es mas honesto que el gobierno aunque admito que ha bajado muchisisimo la violencia entre carteles, nunca esta por demas tomar precauciones. por todo lo demas de tu trabajo te doy 9.9999 porque el 10 ignifica la perfecion e esa no existe. cuidate

  4. He recorrido 5 veces México pueblo tras pueblo de frontera a frontera tocando mi guitarra y jamás he sentido alguna angustia. Pero cuando estuve en Barcelona me asaltaron en Nou Barris… Yo podria titular “Los jodidos transeuntes en desempleados Españoles te robaran” y tu y yo como viajeros que somos sabemos como estan las cosas en el camino. Y te aclaro que la guerra del narco ya termino en México… Pero la violencia por pobresa apenas empieza en España

    1. Gracias por el comentario Alim. No estoy de acuerdo con lo que dices, e incluso creo que no has leído toda la historia, pero lo dejo para que otros saquen sus conclusiones. Sólo corregiré los errores ortográficos.

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