190- Cinco días en tierra de nadie | OVERLAND JOURNAL
©Pablo Rey. Publicada en la revista Overland Journal, Fall Issue 2011
Yo tengo una habilidad especial para meterme en problemas. Lo he comprobado exhaustivamente durante los últimos once años de vuelta al mundo y Anna, mi compañera en este tiempo de aventuras, lo ha sufrido a mi lado. Déjenme aclarar algo importante antes de proseguir: esto no es algo que se aprende. Es algo innato, algo con lo que naces y que no te abandonará durante el resto de tu vida.
Cuando alguien, desafiante, me pide que presente mi currículum como correcaminos siempre digo: “en dos meses de viaje por África sobrevivimos a dos roturas de motor en medio de la nada, una entre las arenas del Sahara de Sudán y otra junto al lago Turkana, a quinientas millas del primer mecánico decente”.
Entonces dejo pasar unos segundos, como si allí hubiera acabado todo, antes de lanzar la caballería. “Además de vivir dos robos, un choque, una huida de un policía de tránsito en Addis Abeba, una persecución de dos tipos armados en una moto que querían que pague una vaca que no había matado ni comería, me enojé con un militar etíope porque me apuntaba con su kalashnikov y escapamos de treinta hombres drogados con chat y vestidos con taparrabos que nos rodearon en una ruta aislada cerca de Lalibela para exigirnos dinero. Eso sin contar el cruce ilegal de la frontera entre Etiopía y Kenia y el paso obligado por la comisaría de un pueblo diminuto y tribal donde nadie hablaba inglés por dormir en la puerta de un parque nacional sin haber pagado la entrada. Todo eso, en solo dos meses.”
La nuestra fue una introducción intensiva a África. Extractos de encuentros inesperados con una vida más salvaje, que en definitiva es lo que buscas consciente o inconscientemente cuando sales de viaje decidido a cruzar África. Muchas de esas situaciones simplemente ocurren, estaban en tu destino.
Pero hay otras que quizás sin darte cuenta terminas buscando. Provocando.
La mayor parte de las veces enfrentar un problema para encontrar una solución representa un desafío que puede ser hasta divertido (sobre todo cuando el problema ya terminó). Pero hay momentos en que quisieras estrellar tu cabeza contra un muro.
Esta vez recién nos dimos cuenta de lo que habíamos hecho en Kruger, el parque nacional más civilizado de África, mientras esperábamos que cuatro leones hicieran algo interesante. Trepar un árbol, contar un chiste o comerse al conductor de ese Jeep que no dejaba de hablar en voz alta, por ejemplo. Te lo aseguro, en esos momentos eternos tienes un montón de tiempo muerto para pensar.
– Anna, ¿te das cuenta que los papeles de importación temporal sudafricanos dicen que nuestro 4×4 es de Botswana?
Silencio.
Yo me siento de muchos países, pero nunca compré un 4×4 en Botswana.
– Mierda. –dijo finalmente. Esa no era la tradicional cagada de vaca. Eso era cagada de elefante.
El problema original era que nuestro viaje desde Europa a través de África era demasiado lento para los estándares oficiales y el carnet de passage de nuestra Mitsubishi L300 4×4 de 1991, había vuelto a caducar. Y ésta vez no lo habíamos renovado a tiempo.
Solo habían pasado cuatro días desde que nos encontramos en el puente sobre el río Limpopo sin poder avanzar ni retroceder. Sin el carnet de passage no podíamos ir más allá del estacionamiento de la aduana de Sudáfrica ni volver a nuestro querido y arruinado Zimbabwe, que recién comenzaba a sufrir los efectos de una dictadura larga y olvidada. Estábamos en tierra de nadie.
La solución apareció allí mismo y fue asquerosamente tentadora: las matrículas de un par de viejos Land Rover Defender de Botswana que esperaban para entrar a Sudáfrica tenían la misma serie de letras y números, exactamente en el mismo orden, que la matrícula de nuestro todo terreno de Barcelona, modelo antes de la Unión Europea.
Oh no.
Oh sí. Fue demasiado fácil cruzar la frontera. Los empleados de aduana ni siquiera se molestaron en chequear los vehículos, en salir a comprobar que la información que les había dado era la correcta.
Cuatro días más tarde, frente a los leones salvajes más aburridos del mundo, nos dimos cuenta que mi habilidad especial para meternos en problemas se había vuelto a poner en marcha. El genio que te lleva a encontrar soluciones rápidas para sobrevivir a situaciones inesperadas se había vuelto a encender. La idea había funcionado, pero nos habíamos pasado de la raya. Y si nos paraba la policía, estaríamos en apuros.
Solo había una solución, había que volver a tierra de nadie.
Esa noche hablamos por teléfono: Anna condujo de vuelta hasta Beitbridge sin llamar la atención y devolvió el permiso de importación temporal con su mejor cara de niña blanca nacida en Botswana. Ahora le tocaba quedarse en tierra de nadie, pasar desapercibida en aquel estacionamiento junto al puente que cruza el río Limpopo, mientras yo buscaba un camino en Pretoria que no nos metiera en un nuevo lío.
Básicamente, debía encontrar el Plan B del Plan B, que por lo general significa volver al Plan A: conseguir un nuevo carnet de passage. O sea, estaba descartado solicitar uno basado en la fe en las personas como hizo Butch, un viajero australiano en una moto soviética en el Automóvil Club de Jordania. Hace años que España es un país capitalista.
Debía convencer al funcionario del Real Automóvil Club de España (RACE) que había emitido mi segundo carnet de passage para que autorizara al Automovil Association of South Africa a emitir uno nuevo a mi nombre, el tercero, basado en la garantía bancaria que permanecía atada al carnet de passage vencido y que ellos no podían comprobar.
No era complicado, pero parecía complicado. Por eso debía encomendarme a todos los santos de varias religiones y añadir cierta intensidad desesperada a mis palabras. Tengo que admitirlo, esa intensidad se fue acentuando con la acumulación de días y tarjetas telefónicas vacías.
Llamar se convirtió en mi deporte. No podía tener un no por respuesta. Debía sacar a Anna de tierra de nadie. Debía llamar a más gente, enviar más emails, mover más contactos. Insistir. Convencer a una funcionaria cuya única noción de aventura en África había sido un safari organizado de siete días con todo incluido en Masai Mara. Difícil. La última opción era activar el botón de los medios de comunicación, a los periodistas les gustan estas historias raras. Inocente ciudadana española abandonada en tierra de nadie africana.
Nunca supe cuál de todos los emails enviados al océano de internet fue el que funcionó. Cinco días después conseguí la autorización para emitir el nuevo carnet de passage en Sudáfrica. Supongo que se hartaron de oírme a través del teléfono. Supongo que es muy difícil detenerte cuando haces algo con pasión, determinación e intensidad.
¿Qué pasó durante esos cinco días en tierra de nadie? Ni idea, pregúntenle a Anna.
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Pablo Rey (Buenos Aires) y Anna Callau (Barcelona) viajan por el mundo desde el año 2000 en una furgoneta Mitsubishi Delica L300 4×4 llamada La Cucaracha. En estos años veinte años de movimiento constante consiguieron un máster en el arte de sobrevivir y resolver problemas (policías corruptos y roturas de motor en el Sáhara, por ejemplo) en lugares lejanos.
Durante tres años recorrieron Oriente Próximo y África, de El Cairo a Ciudad del Cabo; estuvieron 7 años por toda Sudamérica y otros 7 años explorando casi cada rincón de América Central y Norteamérica. En el camino cruzaron el Océano Atlántico Sur en un barco de pesca, descendieron un río del Amazonas en una balsa de troncos y caminaron entre leones y elefantes armados con un cuchillo suizo.
En los últimos años comenzaron a viajar a pie (Pirineos entre el Mediterráneo y el Océano Atlántico, 2 meses) y en motocicleta (Asia) con el menor equipaje posible. Participan en ferias del libro y de viaje de todo el mundo, y dan charlas y conferencias en escuelas, universidades, museos y centros culturales. Pablo ha escrito tres libros en castellano (uno ya se consigue en inglés) y muchas historias para revistas de viaje y todo terreno como Overland Journal (Estados Unidos) y Lonely Planet (España).
¿Cuándo terminará el viaje? El viaje no termina, el viaje es la vida.