194- La ceremonia del café con los Beduinos | SIRIA

Al entrar más profundamente en el desierto aparecen las moscas.

Una. Dos. Diez. Vuelan dentro de los oídos, se posan en las únicas partes del cuerpo donde la piel se funde con el sol. Dicen que en Palmira es peor, que allí son nubes, que es la música que te acompaña mientras caminas entre columnas y árboles de granadas, que se meten en la boca, en la nariz, que se pegan a tu sudor. Que buscan la humedad de tus ojos para depositar sus huevos en un rincón acogedor. Que sólo desaparecen por la noche cuando el frío las sume en el letargo, hasta que el primer rayo de sol rompe el horizonte.

En la radio suena música pop egipcia. Ay, habibi, habibi… Abro el mapa de Siria, los nombres que aparecen impresos no siempre coinciden con el nombre real del pueblo, pero ya debemos estar cerca. A los lados permanecen casas mimetizadas en la arena, de puertas pintadas con colores tan intensos que es fácil imaginar el cambio climático prometido. Hace poco aquí había selva, tucanes y pavos reales. La vida era roja, verde, anaranjada, celeste, lila y turquesa, como los ojos del albañil que entra al almacén para comprar una botella de Al-Kola. Este amarillo gris que cubre todo aún no existía, el colorido tiene que venir de algún rincón de la memoria. Entonces aparece un punto distinto a los demás, paredes gruesas levantadas con bloques de piedra roja y blanca. Las ruinas de lo que alguna vez fue un castillo singular. Ibn Warden.

Mientras aparcamos a la sombra de uno de los muros grabados con símbolos de religiones precristianas, cabezas de cabras, espirales, cálices y cuadrados llenos de puntos, se acerca un beduino joven de ojos azules. Tiene la barba recortada y viste una galabiya azul oscuro bajo una cazadora de cuero. Se llama Mohammed y nos invita a la casa de su tío, el guardián. Sobre la puerta aún se lee Maison de la Mission National.

– No vienen muchos turistas por aquí, no hay autobuses y la carretera termina a veinte kilómetros en la arena –explica en un buen inglés señalando con un gesto suave y ondulante el suelo que se extiende igual aquí, igual allí.

Beduino significa nómada del desierto. Durante miles de años fueron los dueños de un país terrible, las tierras vacías entre Siria, Jordania e Irak. Aquello era el preludio de la muerte, un sitio encendido que provocaba la locura y digería caravanas que desaparecían sin dejar rastro. Los más lógicos veían como su cordura se deshilachaba hasta convertirse en un harapo chiflado. Su habilidad como guerreros y bandidos sin escrúpulos sólo era comparable a su instinto para continuar con vida viajando de oasis en oasis. Así ocuparon los desiertos más feroces, el Najd y el Hadramaout en la península arábiga, el Sahara del norte de África. Los espacios vacíos de los mapas.

Hoy, como hace mil años, continúan sobreviviendo a base de arroz, harina, leche de camella y cabra asada crujiente, rebozada con arena. Conocen la dureza del desierto, por eso reciben a los viajeros con los brazos abiertos.

Dejamos las botas en el patio interior, frente a la puerta del salón, y nos sentamos sobre los almohadones desplegados junto a la pared sin enseñar la planta de los pies. Eso podría ser una ofensa. Unas manos de mujer cubiertas de dibujos hechos con henna dejan una bandeja junto a la puerta. Café amargo aromatizado con cardamomo, auténtico qahwah saadah beduino que no ocupa más de un centímetro dentro del pequeño pocillo de loza. Bebo y lo devuelvo, pero Mohammed vuelve a servirme inclinando levemente la cabeza.

– Gracias, es suficiente.

– Entonces me tienes que devolver la taza como los beduinos, moviendo la muñeca hacia un lado y el otro. Toma otro café.

Ahora sí. Mohammed sonríe y ofrece el pocillo a Anna. Cuando termina la ceremonia del café comienza la ceremonia de las preguntas.

Extracto de El Libro de la Independencia, de Pablo Rey

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Pablo Rey (Buenos Aires) y Anna Callau (Barcelona) viajan por el mundo desde el año 2000 en una furgoneta Mitsubishi Delica L300 4×4 llamada La Cucaracha. En estos años veinte años de movimiento constante consiguieron un máster en el arte de sobrevivir y resolver problemas (policías corruptos y roturas de motor en el Sáhara, por ejemplo) en lugares lejanos.

Durante tres años recorrieron Oriente Próximo y África, de El Cairo a Ciudad del Cabo; estuvieron 7 años por toda Sudamérica y otros 7 años explorando casi cada rincón de América Central y Norteamérica. En el camino cruzaron el Océano Atlántico Sur en un barco de pesca, descendieron un río del Amazonas en una balsa de troncos y caminaron entre leones y elefantes armados con un cuchillo suizo.

En los últimos años comenzaron a viajar a pie (Pirineos entre el Mediterráneo y el Océano Atlántico, 2 meses) y en motocicleta (Asia) con el menor equipaje posible. Participan en ferias del libro y de viaje de todo el mundo, y dan charlas y conferencias en escuelas, universidades, museos y centros culturales. Pablo ha escrito tres libros en castellano (uno ya se consigue en inglés) y muchas historias para revistas de viaje y todo terreno como Overland Journal (Estados Unidos) y Lonely Planet (España).

¿Cuándo terminará el viaje? El viaje no termina, el viaje es la vida.

One thought on “194- La ceremonia del café con los Beduinos | SIRIA

  1. A media mañana de domingo, mientras la lluvia aporrea el cristal de la ventana, saboreando ese espeso café beduino como si tuviese la tacita aromática delante.
    Buen viaje!

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