165- Las tres guerras de MÉXICO y la legalización de las drogas (1ª parte)

Amo a México. Ya lo dije y lo repetiré las veces que sean necesarias y ante el juez que lo requiera. Tiene una gastronomía espectacular y única, algunos de los sitios arqueológicos más interesantes del mundo, culturas propias y playas desoladas. Me gusta especialmente el norte con su gente más abierta y espontánea y sus corridos alegres que ensalzan la mala vida.

Pero hay momentos en que quiero irme, escapar. Sobre todo cuando vuelvo a reconocer en el arcén de la ruta un cartel que dice: DISMINUYA LA VELOCIDAD. PUESTO DE CONTROL MILITAR OBLIGATORIO.

– Es así –aseguran los compadres mexicanos. –Tendrás que acostumbrarte.

Pero no hay caso, no me acostumbro, no me amaestro a estos estados policiales causados por las guerras no declaradas. Guerras, sí, guerras. Porque en México no hay una guerra. Hay tres guerras.

La primera guerra mexicana del siglo veintiuno enfrenta al gobierno con los cárteles del narcotráfico y la sufren todos los mexicanos. La presión de los militares que nunca saben muy bien quién es bueno y quién es malo se traduce en bajas inocentes y controles militares constantes que en ocasiones permiten cometer abusos con la excusa de la guerra. Todos los civiles son sospechosos de portar armas o de tráfico de drogas: hombres, mujeres, niños, ancianos, minusválidos, nacionales, extranjeros, perros, gatos y vacas. Y no es broma.

En el año 2001 el gobierno de Honduras anunció que había descubierto vacas destinadas a Estados Unidos con los genitales rellenos de bolsas de cocaína.

A pesar del esfuerzo oficial anunciado en todos los medios, el final de la guerra contra el narco sigue sin aparecer en el horizonte. Las operaciones tienen que ser siempre secretas debido a los chivatazos constantes de gente comprada o amenazada y la búsqueda de los jefes de los cárteles han convertido el centro de algunas ciudades en escenarios de batallas campales al estilo del viejo y salvaje oeste. Sí, caen tipos pesados cuyo rostro aparecerá tachado como un nuevo logro en los carteles de se busca vivo o muerto, pero siempre son reemplazados rápidamente por subalternos más inteligentes, más ambiciosos y con menos escrúpulos.

Por eso los periódicos amarillos no necesitan inventar historias macabras: casi todos los días hay gente sin brazos ni piernas colgada de puentes en la ruta. Cadáveres sin corazón pero con palillos clavados en los ojos. Cuerpos amontonados en fosas naturales. Balaceras en el centro de ciudades que permanecen aisladas por narcobloqueos provocados con camiones atravesados. Hombres apaleados hasta la muerte en un sótano. Mujeres desaparecidas. Muertos sin cabeza, cabezas sin lengua, manos sin dedos. 72 migrantes de Centro y Sudamérica asesinados en Tamaulipas que ya pasaron al olvido.

La máquina que crea poderes paralelos sigue funcionando y el dinero del narcotráfico sigue comprando la protección de políticos importantes, de policías y militares de todos los rangos y, como ya ocurrió una vez, hasta al propio fiscal nacional antidroga. Y cualquiera de ellos puede dar el chivatazo, el aviso de la operación en marcha que permita a los jefes volver a escapar.

Y si los narcos pueden comprar gente que ya tiene dinero y poder, imagínate la de gente normal, gente que apenas tiene para comer que se incorpora en las bandas como sicarios, mulas y vendedores callejeros. Gente que toma decisiones arrastrada por una conclusión muy sencilla: tiene más sentido vivir seis meses como rey que toda una vida de esclavo.

La segunda guerra mexicana del siglo veintiuno se desató hace años entre los cárteles del narco por el control de zonas donde trabajar sin competencia. Regiones importantísimas para el tráfico de drogas por mar y aire como las penínsulas de Baja California o Yucatán y para el tráfico por tierra como las zonas fronterizas con Guatemala (Chiapas, Tabasco) o Estados Unidos (Baja California, Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua). Allí sí que cae gente. Y sin duda, la guerra también se desarrolla en las grandes ciudades como el Distrito Federal o Acapulco donde varias bandas se disputan el control de la distribución de heroína, cocaína, marihuana o metanfetaminas.

La influencia del narco es tan importante que hay regiones enteras donde la policía no existe y el control del gobierno mexicano es nulo. La economía de estos lugares depende del cultivo o la elaboración de drogas, como en el triángulo entre Sinaloa, Durango y Chihuahua donde se produce goma de opio y amapola (¿creías que todo venía de Afganistán?); o los pueblos del desierto del norte donde nadie quiere tener el honor de ser el próximo comisario asesinado; o las regiones de Oaxaca habitadas por los campesinos indígenas olvidados que son tentados por pequeños ejércitos irregulares que sueñan con convertirse en el Sendero Luminoso de México.

Son los estados paralelos del narcotráfico.

Ningún extranjero que llegue en avión notará que acaba de aterrizar en un país en guerra. Desembarcas, te revisan el equipaje, sales a la calle, tomas un taxi y todo parece normal. La gente camina por las aceras, los negocios permanecen abiertos, los edificios siguen intactos, los semáforos funcionan, los vehículos son nuevos y viejos y los periódicos amarillos vocean noticias sangrientas. La vida se desarrolla como si no pasara nada.

Y lo más curioso, lo más raro, es que es así. Solo los que viven en el país y se interesan por las noticias, saben algo de lo que está pasando en México. Y solo es algo, una porción, porque lo que aparece en los periódicos es una parte mínima de lo que realmente sucede. Y si eres extranjero y viajas en avión por unas pocas semanas, repito, no te enteras de nada.

La vida en México continúa a pesar de las guerras no declaradas que se cobran alrededor de 10.000 muertes violentas al año, más o menos las mismas que en Irak.

(continúa en Las tres guerras de México y la legalización de las drogas)

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Pablo Rey (Buenos Aires) y Anna Callau (Barcelona) viajan por el mundo desde el año 2000 en una furgoneta Mitsubishi Delica L300 4×4 llamada La Cucaracha. En estos años veinte años de movimiento constante consiguieron un máster en el arte de sobrevivir y resolver problemas (policías corruptos y roturas de motor en el Sáhara, por ejemplo) en lugares lejanos.

Durante tres años recorrieron Oriente Próximo y África, de El Cairo a Ciudad del Cabo; estuvieron 7 años por toda Sudamérica y otros 7 años explorando casi cada rincón de América Central y Norteamérica. En el camino cruzaron el Océano Atlántico Sur en un barco de pesca, descendieron un río del Amazonas en una balsa de troncos y caminaron entre leones y elefantes armados con un cuchillo suizo.

En los últimos años comenzaron a viajar a pie (Pirineos entre el Mediterráneo y el Océano Atlántico, 2 meses) y en motocicleta (Asia) con el menor equipaje posible. Participan en ferias del libro y de viaje de todo el mundo, y dan charlas y conferencias en escuelas, universidades, museos y centros culturales. Pablo ha escrito tres libros en castellano (uno ya se consigue en inglés) y muchas historias para revistas de viaje y todo terreno como Overland Journal (Estados Unidos) y Lonely Planet (España).

¿Cuándo terminará el viaje? El viaje no termina, el viaje es la vida.

One thought on “165- Las tres guerras de MÉXICO y la legalización de las drogas (1ª parte)

  1. De hecho mucha gente pareciera que ni se entera, hay una gran porción de clase media mexicana que sigue en su nube de pedos como si nada…
    En Monterrey, donde viví 2 años, antes de que se desatara todo esto, la gente estaba aún más por fuera, ahora no les queda otra que enterarse…las balas silban sobre sus cabezas, los muertos aparecen en sus puertas y todos tienen a alguien cercano que sufrió una de estas situaciones.
    El mexicano se adapta, si es peligroso salir, pos ya no sale…y ya. Una de las razones para querer irme son estas guerras que no tienen miras de terminar y que señalan una impunidad que me damucho más miedo que la posibilidad de ser secuestrada cualquier día al salir de mi trabajo.
    México duele y es una lástima porque tiene todo para ser un maravilloso país.

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