19- Viaje en dhow a la isla de Zanzíbar | VIAJES EN BARCO

A las dos de la madrugada nos sentamos sobre un tronco húmedo de la playa. No hay luna y tampoco se puede distinguir si el dhow con el que vamos a cruzar el canal de cuarenta kilómetros que nos separa de la isla de Zanzíbar, sigue allí o ya ha salido. Estamos rodeados por una manada de botes varados en la arena que espera una orden para echarse al mar. Todo está en silencio, lo único que se mueve es el océano.

¿Cómo se guiará para ir a la isla? –le pregunto a Anna. –Estos botes no tienen radar, ni siquiera brújula.

No sé… por las estrellas –responde.

Pero está nublado.

Nada cambia y comienzo a temer que no salimos, que nos levantamos tan temprano para ver los reflejos de la espuma durante la noche. A las dos y media se enciende una luz en la choza del capitán. Se abre la puerta y casi al mismo tiempo otras sombras surgidas de la oscuridad empiezan a cargar el dhow con calma.

Una luna desnuda y roja se asoma en el horizonte y cambia la luz de la noche. No hace frío, sólo sopla una brisa suave desde el mar. Aparece Eslabón Perdido junto a otras sombras, las estrellas avanzan en su cuadrante y la luna, que se había ocultado tras las nubes, vuelve para mostrarse blanca. A las cinco de la mañana el dhow está listo para partir. Solo falta la carga humana.

Subimos al bote y buscamos nuestro sitio entre racimos de bananas verdes, cañas para construir chozas, alfombras, cestas de fibra, cabras y gallinas para el mercado. Nos acomodamos sobre unos sacos de patatas y una sorpresa con forma de vela se despliega frente al cielo. El triángulo blanco que se levanta rodeado de estrellas es espectacular. Ahora, comprendo la fascinación de los navegantes solitarios. Nada puede ser más hermoso que el balanceo suave, el rumor del agua acariciando el casco, el silencio del espacio que acoge la vela. Es flotar en un mar de líquido amniótico, estar de nuevo en el vientre de una madre. Todo es paz, todo está bien.

Pero, ¿está todo bien? No estoy seguro cuánto tardaremos en llegar a la isla. Habían dicho cuatro horas, pero hace un rato dijeron que si no hay viento tardan doce. Y no, no hay viento. Somos once personas y unos cuantos animales en un bote de diez metros de largo por dos de ancho. No hay motor y la enorme vela latina apenas se hincha. Amoldo mi cuerpo a las patatas e intento dormir.

Al amanecer distingo los rostros de los compañeros de viaje. El timonel es el más llamativo, lleva una enorme pulsera plateada que le atraviesa la piel de la barbilla como un bozal frente a los dientes. Todos son swahili, marineros listillos y curtidos en las trampas del mar: contrabando, robo de pesca y transporte ilegal de extranjeros a Zanzíbar. Cada vez que aparece una botella flotando, un voluntario se cuelga cabeza abajo para levantar el hilo que pende hacia el fondo del mar. A quince metros de profundidad, una cesta con siete u ocho peces aguarda a los piratas.

Los swahili no son una nación. Ni siquiera son una tribu con un antepasado común como los maasai, los beduinos, los zulúes o los san. Son treinta millones de descendientes de una de las mezclas raciales más espectaculares de la historia. Negros de la costa africana del Océano Indico con comerciantes árabes con trabajadores indios con marinos persas con soldados baluchis con algunos negociantes chinos con navegantes de las islas Comores con nómadas somalíes con esclavos del corazón de África con conquistadores portugueses. El resultado de quince siglos de coctail es una nueva lengua, un carácter abierto y una interpretación flexible del Islam.

Su historia comenzó en el siglo VII, cuando los árabes se aventuraron a comerciar con la costa africana empujados por el kaskazi, el monzón que sopla desde el noreste entre noviembre y abril. Llegaban cargados de hachas, espadas, cerámica china, sedas de la India, telas y el recién escrito Corán. El viaje dependía del viento por lo que el retorno era obligadamente entre mayo y octubre, cuando sopla el kuzi desde el suroeste. Entonces, los barcos volvían repletos de oro, marfil, cuernos de rinoceronte, pieles de leopardo, caparazones de tortuga y esclavos.

Pasaban largos meses entre la ida y la vuelta. Por eso los marinos comenzaron a establecerse, a mantener casas, almacenes y familias. A mezclarse. El color de la piel de los habitantes de la costa se hizo más claro. El cruce cultural fue dando origen a un sentimiento, a una complicidad común. Y un nuevo idioma basado en el bantú pero con palabras extraídas de diferentes lugares, empezó a desarrollarse gracias al comercio y a los dhows.

Jahazi, no dhow –interrumpe uno de los marineros cuando me oye. –Dhow, nombre turistas. Jahazi, nombre swahili

Nuestro jahazi es un superviviente que flota porque la madera flota. Sólo la belleza de su vela recosida y apenas hinchada me hace olvidar todos los posibles desastres que amenazan ésta cáscara de nuez. Las tablas del doble fondo han sido levantadas para acomodar más carga y una importante población de hormigas y termitas camina por la borda sin marearse. Si no consiguen comida terminarán comiéndose el bote.

Una vez por hora, uno de los tripulantes achica el agua que se filtra con medio bidón de aceite para coches. No es muy alentador. Las cuerdas más largas están hechas con trozos sueltos de dos, tres o cuatro metros de longitud. Hace frío y el sol no calienta, aún está bajo, detrás de las nubes. Consigo volver a desvanecerme….

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El Libro de la Independencia. ISBN 978-84-616-9037-4

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Pablo Rey (Buenos Aires) y Anna Callau (Barcelona) viajan por el mundo desde el año 2000 en una furgoneta Mitsubishi Delica L300 4×4 llamada La Cucaracha. En estos años veinte años de movimiento constante consiguieron un máster en el arte de sobrevivir y resolver problemas (policías corruptos y roturas de motor en el Sáhara, por ejemplo) en lugares lejanos.

Durante tres años recorrieron Oriente Próximo y África, de El Cairo a Ciudad del Cabo; estuvieron 7 años por toda Sudamérica y otros 7 años explorando casi cada rincón de América Central y Norteamérica. En el camino cruzaron el Océano Atlántico Sur en un barco de pesca, descendieron un río del Amazonas en una balsa de troncos y caminaron entre leones y elefantes armados con un cuchillo suizo.

En los últimos años comenzaron a viajar a pie (Pirineos entre el Mediterráneo y el Océano Atlántico, 2 meses) y en motocicleta (Asia) con el menor equipaje posible. Participan en ferias del libro y de viaje de todo el mundo, y dan charlas y conferencias en escuelas, universidades, museos y centros culturales. Pablo ha escrito tres libros en castellano (uno ya se consigue en inglés) y muchas historias para revistas de viaje y todo terreno como Overland Journal (Estados Unidos) y Lonely Planet (España).

¿Cuándo terminará el viaje? El viaje no termina, el viaje es la vida.

4 thoughts on “19- Viaje en dhow a la isla de Zanzíbar | VIAJES EN BARCO

  1. Hola Anna y Pablo, como estan?

    Hemos apreciado lo que contais de Tanzania , sera nuestra destinacion para 2008 asi es que nos interesa…TODO!!!!!

    Un saludo

    Ines y Juan de viajeros (juanines)

  2. hola como estan espero que bien aqui es jaime yo artesano bueno se como es viaijar com mochila emn la espalda pero vale la pena bueno conosco buena parte de peru ya cruce todo bolivia conosco la cataratas foz igusu ya vivi en brasil 17 anos ahora me esta interesando viajar asi como ustedes por todo el mundo mas es un poco dificil viajar com mochila asi como yo tengo mi cartera de motorista mas me faltaria un carro o una camioneta por el momento estoy aqui en lima por motivos de salud de mi padre que infelizmente bueno ya esta descansando mas bueno asi es la vida tambien estoy aprovechando para estudiar jogeria lo basico bueno ya se asi que voy a esperar juntar un poco de dinero por es inportante no se quisiera saber si algunos de sus amigos me pudiera ayudar yo te lo agradeceria disculpa por mi sinceridad ok saludos para ustedes buen viaje adios chau

  3. hola pablo + anna y que les parecio la baba y el pescado que comieron a orillas del rio morichal largo en su paseo por maturín, rumbo hacia la gran sabana, les gusto?

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