107- Libertad bajo el cielo de la Pampa, Revista Lonely Planet | ARGENTINA

© Pablo Rey. Publicado en la revista Lonely Planet Nº 29, edición española, en enero de 2010.

LIBERTAD BAJO EL CIELO DE LA PAMPA

La vida tradicional de los gauchos sigue latiendo con fuerza en una de las llanuras más fabulosas del mundo

La ruta 7 estaba interrumpida a la altura de Salto, donde en octubre se celebra la Fiesta del Caballo Criollo. La ruta 8 estaba cortada en San Antonio de Areco, donde en noviembre tiene lugar la Semana de la Tradición. Un poco más al norte, la autopista que une Rosario con Buenos Aires a través de algunos de los campos más fértiles de Argentina había sido tomada por manadas de caballos, vacas y tractores. Hacia el sur, la ruta 3 estaba cortada cerca de Azul… En abril de 2008 esa imagen se repetía en Bolívar, Chivilcoy, Bragado y casi todos los pueblos de la Pampa.

La propuesta del gobierno argentino de aumentar al 40% el impuesto sobre la producción de la tierra había indignado no sólo a los pequeños y medianos productores agropecuarios, sino que también había conseguido sacar de sus guaridas a los gauchos invisibles, esa mayoría pragmática convencida que el mundo ya no tiene vuelta atrás, que la Pampa alambrada nunca volverá a ser la tierra libre sobre la que galoparon los primeros vaqueros de América.

Solitarios de otra época

Allí estaban, mezclados, silenciosos y hermanados, hombres curtidos que pasan inadvertidos para los viajeros de las rutas principales, vestidos como hace 150 años, camisa con pañuelo al cuello, sombrero de ala y pantalones bombachos recogidos dentro de viejas botas de cuero. Los más frioleros lucían un poncho, una manta tejida a mano con un agujero al medio para pasar la cabeza. Algunos, con sus anchos cinturones de lana bajo otro cinturón de cuero adornado con monedas, ni siquiera se bajaban del caballo.

El sentimiento de injusticia había pegado tan fuerte que muy pocos habían continuado con su rutina de mate tranquilo. Los animales permanecieron encerrados, el arreglo del establo se suspendió y la yerra, el herraje de los caballos, quedó para otro momento. El resto de la vida continuó como cada día, escuchando las noticias por la radio: campo adentro no llega la señal para los teléfonos móviles. 

Las barricadas eran un buen punto de encuentro. El mate circulaba sin temor, la pandemia de gripe A aún no se había desatado, y sólo faltaba que alguien carneara un novillo para hacer un asado sobre el esqueleto de una cama de hierro convertida en parrilla. Hasta los gauchos más pacíficos recuperaban la rebeldía original y se sumaban al corte de las rutas de acceso y aprovisionamiento de Buenos Aires, que se estaba quedando sin carne. Y eso, para un argentino, eso es duro. Eso es presionar de verdad.

La historia del gaucho se empezó a escribir alrededor de 1586, cuando un soldado andaluz llamado Alejo Godoy envió una carta al rey de España quejándose del maltrato y las pésimas condiciones de vida en la recién fundada villa de Santa María de los Buenos Ayres. El hombre pedía ayuda para los colonos abandonados que vivían lejos, en el fin del mundo. Cuando se cansó de esperar una respuesta galopó hasta el terreno vacío de la Plaza Mayor (la actual Plaza de Mayo) y tras gritar ¡muera Felipe II!, dio media vuelta y se fue a vivir a tierra de indios. A la pampa.

Ese fue el bautismo, el origen del ser más típico de Argentina, el gaucho, un hombre libre e independiente que mestizó las costumbres amerindias con el caballo europeo para sobrevivir sin amo ni patrón en una tierra rica en animales salvajes. De los guaraníes tomó el mate que engañaba al estómago. De los pampas, tehuelches y ranqueles se quedó con el poncho para abrigarse, la vincha para sujetar el cabello largo y las boleadoras para enlazar las patas de la carne que correteaba por ahí. Menos caballos, perros y gatos, todo era comestible.

Los gauchos siempre vivieron al día. Cuando tenían hambre cazaban una ternera de la que aprovechaban sólo el pedazo de carne que ponían al fuego y el cuero, que secaban para cambiar en las pulperías por galletas, yerba mate o ginebra. En seguida los gauchos adoptaron la guitarra española como compañera para sobrevivir en la vasta soledad de la Pampa, un área inmensa de 700.000 kilómetros cuadrados tan lisa como una mesa de billar. Como la península Ibérica y el sur de Francia juntos, pero sin los Pirineos, sin la cordillera Cantábrica, los Alpes, Guadarrama y la Sierra Nevada. Un océano de color verde, sin árboles y lleno de vacas inconscientes de su destino de matadero. El infinito a caballo.

Conversaciones pausadas

Hoy la Pampa está jalonada de pueblos en los que es fácil entablar una conversación con los desconocidos que rozan tu vida. El dueño del almacén donde compras un paquete de galletas, la mujer a la que preguntas una dirección, el vendedor de diarios que quiere confirmar las noticias de España… Todos tienen un familiar que vive cerca de nuestra casa. Es muy posible que una pregunta que se pueda responder en diez segundos te entretenga feliz durante media hora. “No hay drama”, te dirán, “tengo tiempo. ¿En qué te puedo ayudar?” Entonces encontraste otro gaucho.

Porque gaucho no es sólo aquel que viste a la manera tradicional del campo. En Argentina, gaucho también es el que se preocupa por los demás, el solidario, el que hace ‘gauchadas’, favores, sin esperar algo a cambio. Simplemente porque un amigo o una causa justa lo necesita. El gaucho verdadero sabe que si puede ayudar no tiene alternativa. Por eso las manifestaciones en las rutas se habían poblado de hombres salidos de los rincones verdes más lejanos, vestidos con su ropa de faena como en las grandes reuniones de Areco.

San Antonio de Areco, en la provincia de Buenos Aires, es un pueblo tranquilo, un enclave gaucho rodeado de estancias históricas, inspiración de escritores que inmortalizaron la vida original de la pampa en libros imprescindibles como Martín Fierro, el Quijote argentino. Es el sitio perfecto para retirarse o cambiar de vida. Su centro antiguo guarda casas con biografía propia, bares viejos y almacenes renovados como la Pulpería de Areco, donde cualquiera puede descolgar una guitarra de la pared y lanzarse a cantar. Allí los amigos siempre tienen tiempo para otro mate, un café, una cerveza o un vino. Buenos Aires está a 113 kilómetros, la locura porteña no es contagiosa a esa distancia.

La vida de Areco sólo se altera alrededor del 10 de noviembre, cuando se convierte en el corazón de la Pampa. En esa fecha se celebra la Semana de la Tradición, una de las fiestas de doma, yerra y jineteadas más importantes de Argentina, que congrega a miles de gauchos orgullosos por exhibirse y desafiarse en el Parque Criollo y Museo Gauchesco Ricardo Güiraldes. Llegar es fácil, con tanto asado sólo hay que seguir el humo.

La alegría es tan contagiosa que todos terminan mezclados antes, durante y después de las carreras cuatreras y las corridas de sortijas, consistentes en ensartar una pequeña argolla con un puntero y a galope tendido. Porque no estás en un escenario, estás en el sitio real, junto a la casona histórica rodeada por un foso de agua, frente a la pulpería donde los gauchos se juntaban a tocar la guitarra, jugar a las cartas, apostar a los caballos, beber ginebra y desafiarse con sus facones afilados. Y no necesariamente en este orden.

A un lado del casco viejo hay un grupo de hombres practicando el sapo, un popular juego de puntería, mientras en un campo cercano se organiza una exhibición espontánea de pato, un deporte parecido al polo inventado por los gauchos en el siglo diecisiete. Bajo un árbol, junto a una vendedora de alfajores de maicena rellenos de dulce de leche, dos payadores comienzan un duelo de guitarras, una improvisación llena de humor en la que gana el más ingenioso o el más desvergonzado. En cualquier momento, alguien se lanzará a dar unos pasos lentos de cielito o unos taconazos de malambo.

La mayor parte de los extranjeros asume que Argentina es como la ciudad de Buenos Aires, que el argentino es como el porteño. La Semana de la Tradición de San Antonio de Areco, con su calor, su humanidad y su desfile de más de 1.500 gauchos ataviados con sus mejores pilchas arreando sus tropillas, es una reivindicación inolvidable. Argentina es mucho más que Buenos Aires.

El progreso se olvidó de los gauchos

La vida gaucha original, la celebrada en San Antonio de Areco, sufrió una estocada grave hacia 1860, cuando comenzó la parcelación de la llanura pampeana en cotos de tierra privada. El ‘progreso’ puso dueño a las manadas de vacas salvajes y limitó la vida nómada de los gauchos, dejando pocas alternativas: el ejército o un trabajo mal pagado como peón de campo. Sin dinero, educación ni tierras propias, los gauchos que no se incorporaban al sistema quedaban fuera de la ley.

La mayoría se unió a la lucha de los caudillos del interior del país contra las decisiones tomadas en Buenos Aires, como en las rutas cortadas en contra del impuestazo. Otros se alejaron con su caballo hacia las fronteras, hacia las tierras sin ley donde ningún patrón podría decirles cómo vivir. Donde los estancieros pagaban el par de orejas de indio en libras esterlinas y bandoleros como Butch Cassidy y Sundance Kid asaltaban bancos argentinos al estilo del Lejano Oeste.

Aquí y ahora, los únicos que no aparecían en la manifestación que cortaba la ruta eran los grandes terratenientes, beneficiarios del reparto inmoral de la tierra arrebatada a los amerindios a finales de 1800. Los mismos que habían encerrado la llanura pampeana tras miles de kilómetros de alambre de púas ilegalizando el estilo de vida de los gauchos.

Entonces, si la pampa se había convertido en un corral gigantesco, ¿dónde fue a parar la vida libre del gaucho? La respuesta me la dio Adolfo Caballero, presidente de la Confederación Gaucha Argentina: los gauchos no viven sólo en la pampa. Entre Jujuy y Tierra del Fuego hay más de ciento sesenta mil gauchos.

Gauchos como los arrieros solitarios sentados en torno a una fogata bajo el cielo helado de la Patagonia, lejos de su casa, frotándose las manos para ahuyentar el frío de la estepa. Gauchos, los que empujan las manadas de vacas hacia los campos de invernada por los caminos de tierra de la cordillera de los Andes. Allí, lejos del asfalto y de las comodidades, continuaba latiendo la vida original y austera de los vaqueros del sur.

La misma vida que se multiplicaba en el griterío de las carreras de caballos y sortija en Yavi Chico, Jujuy, a 3000 metros de altura o en el desfile orgulloso de los gauchos salteños que invadían las avenidas del noroeste argentino con sus lanzas y sus perneras de cuero que les protegen de los arbustos espinosos. Y al otro lado, cerca de Brasil, en aquel almacén-bar de Misiones que en realidad sigue siendo una pulpería, donde un grupo de gauchos juega al truco y comparte vasos de vino.

Los gauchos seguían vivos, los cortes en la ruta eran el mejor testimonio. Gauchos por solidarios, gauchos por luchadores, gauchos supervivientes y libres como Pata de Lija Anderson, baqueano en el sur de Tierra del Fuego, más lejos imposible, que nos invitó a un asado de carne recién enlazada y cuereada. Carne todavía tibia de las últimas reses salvajes, en el último rincón de Argentina, frente al Canal de Beagle.

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Pablo Rey (Buenos Aires) y Anna Callau (Barcelona) viajan por el mundo desde el año 2000 en una furgoneta Mitsubishi Delica L300 4×4 llamada La Cucaracha. En estos años veinte años de movimiento constante consiguieron un máster en el arte de sobrevivir y resolver problemas (policías corruptos y roturas de motor en el Sáhara, por ejemplo) en lugares lejanos.

Durante tres años recorrieron Oriente Próximo y África, de El Cairo a Ciudad del Cabo; estuvieron 7 años por toda Sudamérica y otros 7 años explorando casi cada rincón de América Central y Norteamérica. En el camino cruzaron el Océano Atlántico Sur en un barco de pesca, descendieron un río del Amazonas en una balsa de troncos y caminaron entre leones y elefantes armados con un cuchillo suizo.

En los últimos años comenzaron a viajar a pie (Pirineos entre el Mediterráneo y el Océano Atlántico, 2 meses) y en motocicleta (Asia) con el menor equipaje posible. Participan en ferias del libro y de viaje de todo el mundo, y dan charlas y conferencias en escuelas, universidades, museos y centros culturales. Pablo ha escrito tres libros en castellano (uno ya se consigue en inglés) y muchas historias para revistas de viaje y todo terreno como Overland Journal (Estados Unidos) y Lonely Planet (España).

¿Cuándo terminará el viaje? El viaje no termina, el viaje es la vida.

6 thoughts on “107- Libertad bajo el cielo de la Pampa, Revista Lonely Planet | ARGENTINA

  1. Excelente artículo, sobre nuestros vecinos.
    y ¡¡¡Felicitaciones!!!! por haber logrado el objetivo para volver finalmente a casa.
    El proyecto era gigante y lo han logrado con un plus, son más sabios que hace 10 años.
    Gracias por sus relatos . ¿Cuanto costará el libro? que vendrá firmado con alguna dedicatoria me imagino.
    Desde Valparaíso-Chile escribió

    Carmen Soto Retamal

  2. Carmen! Que el regreso es solo pasajero! A esta altura del viaje, y contando que nos queda norteamerica y volver a través de Siberia, la vuelta al mundo no terminará en 10 años… será en 12, 14… a esta altura ya estamos más acostumbrados a vivir en la ruta que en cualquier otro lado…
    Saludos vecina!

  3. los felicito es un apasionante relato de nuestra querida latinoamerica,es una hermosa historia el origen de los gauchos ¡que viva Argentina y sus gauchos!. Dios quiera si algun dia vuelven por Colombia puedan recorrer cada rincon como lo hicieron en otros paises y contar al mundo la bellesa que hay en los colombianos de buen corazon´ y la hermosura de nuestros paisajes. Nuestra diversidad cultural es tal que si visitas todas nuestras regiones te sentiras estar en varios paises dentro de un solo pais

  4. El imperio yankee acabará con la libertad de los hombres libres. No permitamos que los cerdos adinerados nos quiten la libertad y conviertan territorio virgen en un montón de basura!!. LIBERTAD!!

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